Crecer siempre ha sido la forma verbal que condiciona la mejora de los ciudadanos en un contexto capitalista. Si hay crecimiento económico, hay mejoría de la sociedad; si hay crecimiento en las recaudaciones del Estado, hay más posibilidades de mejora de la inversión pública; si hay crecimiento en los indicadores sociales, pues sería evidente que la sociedad mejora.
Sin embargo, en el contexto multidimensional que impera hoy día en el análisis de las problemáticas sociales, cada vez más observamos que el crecimiento, por sí solo, no genera mejoría o bienestar de la ciudadanía, en lo que se refiere al concepto de movilidad social.
La promesa del desarrollo económico en los países de renta media viene acompañada de un discurso político y social, que se ha enfocado en que la llegada a la clase media es la solución a los problemas que vive la población en pobreza. Hemos sido exitosos a la hora de sembrar en los ciudadanos el deseo de la llamada “movilidad social”.
Hay una percepción generalizada en gran parte de la población de los países con economías emergentes, en el sentido de que las generaciones anteriores disfrutaron de una mejor calidad de vida, a pesar de haber tenido una educación menor y de vivir en un mundo convulso por la prospectiva de la guerra.
Es un pesimismo y una frustración que afecta a las presentes generaciones, que consideran que su movilidad intergeneracional no es satisfactoria, es decir, perciben que no están mejor en comparación con sus padres o abuelos.
Las informaciones que ha publicado la OCDE en un reciente informe, dan cuenta de que, en términos absolutos, se observa una movilidad social considerable en los países con economías emergentes. Según un reciente artículo, para alguien nacido en un hogar de los más bajos ingresos, le tomaría el equivalente a dos generaciones llegar al ingreso promedio en Dinamarca, cuatro generaciones en España, cinco en el Reino Unido y Estados Unidos, y luego seis en Chile, siete en Argentina, nueve en Brasil y once en Colombia.
Es un rasgo sistémico que se analiza a profundidad en el estudio de la OCDE “¿Un ascensor social roto? Cómo promover la movilidad social”, que presente la preocupante y abrupta desaceleración de la movilidad ascendente.
En el fondo, encontramos el problema de la desigualdad social. Así como hay una inequidad imperante en la distribución de los recursos económicos, también sucede en lo referente al acceso a oportunidades de desarrollo. El 10 por ciento de la población acumula la mitad de la riqueza mundial; mientras que el 40 por ciento más pobre, apenas se reparte el 10% de los recursos económicos del mundo.
Dos conceptos interesantes se plantean en el estudio citado, que sirven al entendimiento de esta problemática y al diseño y ejecución de políticas públicas que aborden el tema. El primero se refiere a los “pisos pegajosos”, las carencias de las generaciones pasadas arrastran a las generaciones futuras. Un ejemplo de ello es que 4 de cada 10 personas cuyos padres no obtuvieron educación secundaria, tienen carencias en su educación también, mientras que apenas 1 de cada 10 logra alcanzar educación terciaria.
El segundo concepto se refiere a los “techos pegajosos”, donde se observa que los individuos cuyos padres han obtenido educación superior y que tienen perspectivas económicas positivas, tienden a pasar esto a las generaciones que les siguen.
En resumen, lo que esto nos plantea es que las políticas públicas deben servir para generar igualdad de oportunidades, tanto en los pisos como en los techos, para que toda la población, en especial la más vulnerable, pueda abordar el ascensor social y escalar en hacia una mejoría multidimensional de sus vidas.