La problemática de la calidad de la democracia está presente en nuestras sociedades desde muchos frentes distintos. Aunque vivimos en una época de paz y prosperidad, que resulta idónea para que trabajemos en fortalecer la institucionalidad, no menos cierto es que aún nos falta mucho camino por recorrer para que haya mayores cuotas de participación de los ciudadanos en los asuntos políticos, en un contexto de sociedades más abiertas, donde las cuestiones públicas puedan debatirse en base a la racionalidad y la responsabilidad.
Es por ello que resulta tan importante el ejercicio de la rendición de cuentas por parte de los gobernantes hacia los gobernados. Aunque rendir cuentas pareciera una idea sencilla en primera instancia, en realidad es un concepto teóricamente complejo y que en la práctica aún requiere de un proceso más riguroso.
De igual manera, es un concepto que debe tener raíces culturales en la sociedad porque, aunque resulta obligatorio para quienes forman parte del sector público, también debe ser una costumbre arraigada en el resto de la sociedad.
La historia dominicana recoge tres grandes ejemplos de la rendición de cuentas. El primero, el más reconocido, el de Juan Pablo Duarte, cuando presentó un informe detallado y pormenorizado de los gastos en los que incurrió cuando se desplazó hacia el Sur en actividades propias de la lucha independentista. Conocido es por todos que Duarte devolvió al tesoro dominicano la suma que no utilizó, ascendiente a 827 pesos.
El segundo gran ejemplo que recoge la historia es el de Ulises Francisco Espaillat, presidente dominicano desde abril hasta octubre del 1876, derrocado por su reconocida honestidad y transparencia, con la cual intentó generar cambios en la forma como se hacía la política en nuestro país. Sin embargo, las oscuras fuerzas que ven en lo público una fuente de riqueza, le impidieron cumplir su noble misión. En honor a Ulises Francisco Espaillat celebramos cada 29 de abril, el Día Nacional de la ética pública.
El tercer gran ejemplo lo tenemos en el profesor Juan Bosch, líder moral de varias generaciones de dominicanos y dominicanas. En su toma de posesión, como una muestra inequívoca de su valentía frente a los males que afectaban al Estado dominicano, advirtió que pondría un freno para evitar “que las finanzas nacionales se nos desplomen a causa de gastos sin control”.
El Barón de Montesquieu decía que “del mismo modo que la religión ordena que se tengan las manos puras para ofrecer sacrificios a los dioses, las leyes requerían costumbres frugales para que se pudiese dar algo a la patria.”
Esa frugalidad, el compromiso con cuidar lo que es público, se manifiesta en cada rendición de cuentas, en cada presentación del Estado de la nación, de sus finanzas y del uso que se ha dado a los recursos públicos.
Al rendir cuentas, se responde a las exigencias de más calidad de la democracia que tienen los ciudadanos. Es la única manera en la que podremos superar la falta de identificación de los ciudadanos con el Estado y con la política e impulsar un nuevo quehacer político, que ponga la transparencia en el centro de las virtudes que se requieren de un servidor público.
Con la rendición de cuentas construimos legitimidad democrática y renovamos la validez de la autoridad, honrando y respetando a los hombres y mujeres que han otorgado su confianza a través del voto.