Mijail Gorbachov, el hombre que estaba destinado a salvar el socialismo en la Unión Soviética, mediante la realización de reformas políticas y económicas, como fueron las de glasnost y perestroika, al final no hizo más que terminar convirtiéndose en su sepulturero.
Para el actual presidente Vladimir Putin, ese desmoronamiento de la Unión Soviética, para dar lugar a la formación de 15 Estados independientes y soberanos, constituye la más grande tragedia geopolítica del siglo XX.
No obstante, lo que aconteció en Rusia, hace exactamente 100 años, en octubre de 1917, fue un movimiento sísmico o cambio tectónico en la política, no sólo en la Rusia imperial, sino en todo el mundo, al conducir al partido de los bolcheviques, un grupo minúsculo, bajo la dirección de Vladimir Ilych Ulianov (Lenin), a la toma del poder.
Para algunos analistas, lo que determinó el triunfo de la Revolución bolchevique en octubre de 1917, fue el colapso del ejército ruso durante la Primera Guerra Mundial, de 1914-1918, en la que murieron más de dos millones 500 mil soldados frente a las tropas alemanas que tenían como objetivo la toma de Moscú.
Pero aún desde antes del estallido de la primera gran conflagración mundial, había en la Rusia zarista un malestar que hundía sus raíces en la condición de servidumbre en que los campesinos tenían que trabajar la tierra en favor de la aristocracia, así como por la supresión total de libertades conque gobernaba la monarquía.
Eso llegó a agravarse por el hecho de que a partir de 1894, finalizando el siglo XIX, llegó a ocupar el trono, Nicolás II, el más incapaz, lerdo y torpe de todos los miembros de la dinastía de los Romanov, la cual llegó a ostentar, durante tres siglos, el poder del zar o de la monarquía en Rusia.
Más aún, por la circunstancia de que en 1905 se produjo la guerra ruso-japonesa, en la que Japón derrotó a su rival al obligarle a abandonar su política de expansión hacia el Lejano Oriente. Eso ocasionó una especie de humillación al pueblo ruso al ser la primera vez en la historia que una potencia asiática vencía a una potencia europea.
TRES REVOLUCIONES
Luego de la derrota en la guerra contra Japón, la monarquía vio sentir una pérdida de autoridad. El deterioro de la situación económica y social se tornaba cada vez más crítica.
El descontento de diversos grupos sociales se expandía. El apoyo a la monarquía de Nicolás II parecía resquebrajarse.
En medio de esa situación, en enero de 1905, luego de una masacre contra un grupo de protestantes que exigían reformas políticas, el pope Gapón, un reconocido sacerdote, encabezó una marcha pacífica hacia el Palacio de Invierno, en San Petersburgo, asiento de la monarquía.
Esa marcha culminó en lo que en la historia de Rusia se conoce como el Domingo Sangriento, en el que centenares de personas fueron literalmente acribilladas, y determinó que durante todo el resto del año, el país se mantuviese en un estado de permanente agitación.
Para resolver la crisis, el zar llegó a un pacto político con distintos sectores de la vida nacional. En virtud de ese pacto, identificado como el Manifiesto de Octubre, Nicolás II consentía en aprobar una Constitución, eliminar todas las restricciones al ejercicio de las libertades públicas y establecer una Duma o Parlamento.
Ese acuerdo permitió disminuir las tensiones, estabilizar la situación política y garantizar la permanencia en el poder de la monarquía de los Romanov.
Pero menos de una década después, en 1914, estalló, como hemos dicho, la Primera Guerra Mundial; y ese conflicto armado resultó ser determinante para el futuro de la Rusia zarista.
El ejército ruso fue diezmado en esa guerra. Los muertos se amontonaban.
Se pasaba hambre y frío. No había fe en una posible victoria. Algunos soldados desertaban. Otros eran ejecutados por negarse ir al frente. La moral era baja. El país se desintegraba.
De esa manera, surgieron de nuevo las protestas. Multitudes se lanzaban a las calles, que eran severamente reprimidas. Pero luego, los agentes del orden, en lugar de apaciguar, se sumaron también a la refriega.
Los trabajadores se organizaron en forma de consejos o soviets. El zar se vio compelido a abdicar al trono. El príncipe heredero no aceptó sucederle. Se formó un gobierno provisional, encabezado por un reformista liberal: Georgy Luov - Tres siglos de dinastía de los Romanov habían llegado a su fin. La Revolución de Febrero de 1917 había triunfado.
Mientras tanto, el líder de los bolcheviques, Lenin, quien había permanecido durante la guerra como refugiado en Suiza, logró llegar a su país, a principios de abril, en un tren sellado por los alemanes.
Al retornar a Rusia, Lenin lanzó un programa de 10 puntos (la Tesis de Abril), en el que el líder bolchevique proponía otra revolución, pero esta vez con un concepto más definido: Todo el poder para los soviets.
Durante los próximos seis meses, toda Rusia se hundió en el caos. En las áreas rurales los campesinos se levantaban para la toma de tierras. En las ciudades, los trabajadores pasaban a controlar las fábricas. Los soldados se incorporaban a las luchas de los sectores populares.
Para frenar la anarquía, en el mes de julio, un socialista revolucionario, Alexander Kerensky, pasó a dirigir el gobierno provisional. Pero éste quiso restablecer el orden y la autoridad restituyendo la pena de muerte e imponiendo el orden marcial. Un plan de insurrección, contra el gobierno provisional de Kerensky había fracasado. El propio Lenin había tenido que huir de nuevo hacia el exilio en Finlandia.
Pero, de repente, había retornado, en un ambiente de radicalización política, en la que los bolcheviques constituían mayoría en los soviets de Petrogrado, de Moscú y otras ciudades.
Bajo la consigna de paz, pan y tierra, el 26 de octubre de 1917, los bolcheviques, hace ahora 100 años, derribaron el gobierno provisional de Alexander Kerensky, tomando control del Congreso de los Soviets.
En 12 años, desde 1905 a 1917, en Rusia se realizaron tres revoluciones.
En la última, la del triunfo bolchevique, un nuevo capítulo se abría para la historia, no sólo de Rusia, sino del mundo.
AUGE Y CAÍDA DE LA UNIÓN SOVIÉTICA
El acontecimiento más importante que se deriva de la Revolución de Octubre de 1917 fue la creación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, integrada por 15 naciones, que hasta entonces vivían bajo un régimen de autonomía o independencia.
Hubo, por supuesto, antes de su proclamación, una guerra civil, que enfrentó al Ejército Rojo frente al Ejército Blanco. Luego, un cambio de política económica por parte de Lenin, la NEP, en la que permitía establecer mecanismos de mercado en algunas áreas de la economía.
Para la naciente Unión Soviética, la prematura muerte de Lenin, en 1924, fue un golpe demoledor. Pero, a partir de ese momento, hasta 1953, el poder fue pasando gradualmente a manos del secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, José Stalin.
Bajo el régimen de Stalin se producen las purgas de los grandes líderes revolucionarios, como León Trotsky y Nicolás Bujarin. Pero también es la época de la colectivización agrícola y del desarrollo de la industria pesada.
En la época de Stalin, la Unión Soviética, que inicialmente hizo un pacto con Hitler, se vio lanzada a participar del lado de los aliados en la Segunda Guerra Mundial; y a pesar de haber perdido más de 20 millones de soldados en esa carnicería humana, emergió de las cenizas convertida, junto a Estados Unidos, en una gran potencia mundial.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, fruto de la ocupación del Ejército Rojo, el socialismo se extendió por Europa del Este. Posteriormente, fue el triunfo de la Revolución china, en 1949; el inicio de la guerra de Corea, en 1950; la derrota de los franceses en Indochina, en 1954; y todo el proceso de descolonización y luchas por la liberación nacional, en África, Asia, Medio Oriente y América Latina, mucho de lo cual estuvo influido por ideas socialistas.
Entre los años 50, 60 y 70 del siglo pasado, la Unión Soviética parecía cautivar al mundo. Avanzaba de manera notable. Llego hasta a tomar la delantera en los vuelos espaciales.
Pero a partir de la década de los 80, su economía empezó a estancarse.
En 1989, cayó el muro de Berlín. Le siguieron en cadena las democracias populares del Este.
De repente, sin que se disparase un tiro, el 25 de diciembre de 1991, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas dejó de existir.
A pesar del fracaso del experimento soviético, al cumplirse ahora un siglo del triunfo de la Revolución bolchevique, la humanidad, sin embargo, no ha cesado en su búsqueda de nuevas utopías por construir y de nuevos sueños por los cuales luchar.
Porque al final se admite que otro mundo es posible. Más justo y más humano.