A pesar de que al llegar a la Casa Blanca el presidente Donald Trump manifestó que dejaría sin efecto la política de acercamiento diplomático a Corea del Norte de sus antecesores, lo cierto es que desde febrero de este año, el régimen de Kim Jong Un ha lanzado 18 misiles durante 12 pruebas de bombas nucleares y misiles balísticos.
Frente a eso, el presidente Trump ha reaccionado indicando que desataría “fuego y furia” sobre el país asiático, como nunca antes se había visto en la historia.
Tal amenaza ocasionó, a su vez, que Corea del Norte respondiera afirmando que en el corto plazo lanzaría misiles sobre la isla de Guam, en la cual se encuentran estacionadas tropas de los Estados Unidos, así como una base naval.
Ante tal escalamiento de confrontación verbal, en la que el mundo se estremecía ante la posibilidad de una conflagración nuclear, el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas adoptó medidas de sanciones contra el régimen norcoreano.
Debido a la forma en que ha procedido Kim Jong Un, quien desde su llegada al poder, en el 2011, ha lanzado una mayor cantidad de misiles balísticos y pruebas de bombas atómicas y nucleares que los realizados por su padre, Kim Jong Il y su abuelo, Kim Il Sung juntos, en algunos círculos se ha llegado a considerar que actúa de manera tan errática y provocadora, que llega al plano del absurdo y la irracionalidad.
Pero no es así. Las acciones del llamado líder supremo de Corea del Norte se corresponden con una racionalidad y unos determinados objetivos geoestratégicos de defensa de su interés nacional, no siempre bien comprendidos y mucho menos aceptados en el mundo occidental.
La idea es que en razón de la presencia de más de 30,000 soldados norteamericanos en Corea del Sur y cerca de 30,000 más en Japón, los cuales realizan periódicamente ejercicios militares conjuntos, como demostración de fuerza ante Corea del Norte, este último no podría sobrevivir políticamente si no dispone de una capacidad nuclear que permita disuadir a sus adversarios.
Lo que ocurre, sin embargo, es que debido al Tratado de no Proliferación de Armas Nucleares suscrito en el año 1968, ese es un derecho que está reservado a las cinco grandes potencias que integran el núcleo de los Estados permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que son Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, China y Rusia.
SOMBRAS DEL PASADO Ahora bien, para comprender en toda su dimensión la actual situación de conflicto en la península de Corea y el rol de los Estados Unidos, es importante tomar en consideración que Corea pasó a ser colonia de Japón a principios del siglo XX, y no fue sino como consecuencia de la derrota japonesa en la Segunda Guerra Mundial, en 1945, que Corea adquirió su independencia.
Pero, en razón de que el ejército soviético llegó a la parte norte de Corea primero que el norteamericano, la península, como resultado del inicio de la Guerra Fría, se dividió en dos: Corea del Norte, bajo control de la Unión Soviética, y Corea del Sur, bajo el tutelaje de los Estados Unidos.
Tres años después, en 1948, ambas Coreas se declaraban independientes. Pero, en el 1950, como consecuencia de las continuas disputas fronterizas que se suscitaban entre ambas naciones, y al temor de los de la parte norte en eventualmente ser ocupados por los Estados Unidos, lanzaron un ataque, con apoyo soviético y de China, a Corea del Sur, dando origen a la Guerra de Corea, que terminaría tres años después, en el 1953, con más de 2 millones 500 mil muertos.
Entre Corea del Norte y Corea del Sur nunca se ha firmado un tratado de paz. Lo que se produjo fue un armisticio, que consagró una división de la península en el paralelo 38. Los Estados Unidos tampoco nunca han reconocido diplomáticamente a Corea del Norte; y por consiguiente, lo que ha prevalecido en la península es un conflicto histórico que no ha encontrado solución definitiva.
En la década de los sesenta, durante la época de Kim Il Sung, considerado el Padre Eterno de la nación, Corea del Norte, con ayuda de China y de Rusia, empezó a tener un proceso de transformación de la economía, con nacionalización de empresas extranjeras y la realización de una profunda reforma agraria.
Además, durante esos años, Corea del Norte impulsó también un proceso de desarrollo industrial que le permitió un crecimiento económico sostenido y el inicio de su programa de fabricación de armas nucleares.
Sin embargo, debido al desmoronamiento de la Unión Soviética, a principios de la década de los noventa, y a los continuos desastres naturales, Corea del Norte entró en una etapa de estancamiento económico y deterioro social.
La pobreza se extendió por todo el país. Se produjo una carencia de productos básicos. Se generalizó una hambruna que provocó la muerte de más de 2 millones de personas. Una sombra se esparcía por la nación asiática.
RIESGOS CALCULADOS En medio de la situación de virtual colapso, las autoridades de Corea del Norte iniciaron un proceso de diálogo con sus homólogos del sur, explorando posibilidades de una reunificación de las dos Coreas, como había ocurrido con Alemania, luego de la caída del Muro de Berlín. Fruto de esas negociaciones, los Estados Unidos hasta retiraron sus armas nucleares del sur de la península; y a pesar de la muerte en 1994 de su líder histórico, Kim Il Sung, su hijo y sucesor, Kim Jong Il, dio un paso hacia delante y suscribió el llamado Acuerdo Marco, en virtud del cual su país se comprometía a paralizar su programa de armas nucleares, a cambio de recibir ayuda por parte de Estados Unidos y la comunidad internacional.
No obstante, el país hermético, como ocasionalmente suele llamarse a Corea del Norte, continuó, subterráneamente, con su programa de enriquecimiento de uranio para la fabricación de armas nucleares.
Eso le condujo a una relación conflictiva con la administración del presidente George W. Bush en los Estados Unidos, que la llegó a considerar como parte del Eje del Mal, junto a Irán e Iraq.
En el 2003, Corea del Norte se retiró del Tratado de No Proliferación Nuclear, iniciando a partir de ahí una aceleración de su programa de fabricación de armas nucleares y de misiles balísticos.
Con la llegada al poder de Kim Jong Un, en diciembre de 2011, luego del fallecimiento de su padre, Kim Jong Il, se han lanzado 85 misiles balísticos, algunos de los cuales ya tienen alcance intercontinental, con posibilidades de llegar hasta la costa oeste de los Estados Unidos, lo cual representa una amenaza para la seguridad nacional de esa gran potencia.
En adición, durante el actual gobierno de Kim Jong Un, se han probado varias bombas nucleares, una de las cuales dispone de las dos terceras partes de la que fue arrojada sobre Hiroshima al final de la Segunda Guerra Mundial.
Todo esto, obviamente, genera preocupación e incertidumbre en las altas esferas del poder norteamericano. Pero, al desenfreno verbal inicial producido entre las autoridades de ambas naciones, se ha vuelto a un tono de moderación.
Eso transmite la señal y genera la calma de que antes de proceder a un eventual ataque militar, se concederá prioridad, una vez más, al diálogo y la negociación.
Para ese diálogo se procurará contar con la colaboración de China, Japón, Rusia y Corea del Sur, a ninguno de los cuales le conviene ni desea que sobre la península de Corea se desate el infierno de una guerra nuclear.
Es evidente que Corea del Norte no aceptará presiones para desmantelar de forma permanente su programa de armas nucleares y misiles balísticos. La experiencia de lo ocurrido en Iraq y Libia la pone en estado de alerta.
Pero, en el marco de las negociaciones, se podría considerar el que se produzca una paralización en el enriquecimiento de uranio, un tope en la producción de armas nucleares y una gradual eliminación de las pruebas de los misiles balísticos y de las bombas atómicas.
Será imperativo que se llegue a un acuerdo de esa naturaleza, pues es evidente que por razones geoestratégicas, China y Rusia, que hacen frontera con Corea del Norte, no permitirán un colapso del régimen, que permita a Estados Unidos la ocupación completa de la península de Corea.
Más que un absurdo o una falta de racionalidad, en la península de Corea está en juego la supervivencia política de unos y la defensa de la seguridad nacional de otros. Por consiguiente, se trata de una realidad geopolítica en la que el poder de persuasión tendrá que ser más potente que el estallido de una bomba nuclear, a los fines de garantizar la paz y la seguridad en el mundo.
Leonel Fernández