WASHINGTON. Donald Trump dio finalmente a los republicanos lo que llevaban meses pidiéndole: un enfoque más presidencial.
La pregunta ahora es cuánto durará. ¿Días, semanas, meses o simplemente hasta la próxima semana?
Poco más de un mes después de asumir la presidencia de Estados Unidos, Trump claramente quiso utilizar su primer discurso ante el Congreso para resetear el caótico inicio de su gobierno. Ante legisladores, jueces de la Corte Suprema y líderes militares, el político, famoso por su tono desenfadado, asumió una posición más diplomática, alejándose de los ataques personales que definieron su campaña presidencial.
Atrás quedó el tono pesimista que marcó el discurso de su toma de posesión, dejando paso ahora al optimismo y a peticiones de apoyo bipartidista.
“Estoy aquí esta noche para dar un mensaje de unidad y fuerza, y este es un mensaje desde el fondo de mi corazón”, dijo en el inicio de su discurso de una hora de duración.
Aunque su discurso en horario de máxima audiencia recogió su visión nacionalista de la política y tuvo una prosa más presidencial, es poco probable que supere las profundas divisiones creadas por sus primeras semanas en el cargo.
Para un candidato que se promocionó como un gran negociador, Trump ha mostrado poca disposición a implicarse en las duras discusiones que definen el proceso legislativo.
Esto ha trastocado al Capitolio.
Los republicanos concentran todo el poder por primera vez en décadas, pero no hay acuerdos sobre los detalles de los esperados planes para derogar la reforma sanitaria del expresidente Barack Obama y renovar el código fiscal. Hay una revuelta no demasiado discreta entre el funcionariado. Semanas de protestas y encendidas asambleas ciudadanas suponen una presión renovada sobre legisladores de ambos partidos para que se resistan a su agenda.
Hay mucho en juego no solo en términos de reformas sino de coste político: Si el partido republicano no puede cumplir con años de promesas electorales, llegarán a los comicios de mitad de mandato en una posición mucho más débil de lo esperado.
Trump, por su parte, afronta un índice de aprobación inusitadamente bajo: solo el 44% de los estadounidenses aprueban su labor, según una nueva encuesta de NBC News/Wall Street Journal. El dirigente está cerca de agotar los grandes logros que puede conseguir promulgando órdenes ejecutivas, lo que le obliga a confiar en el Congreso para convertir sus audaces promesas electorales en hechos.
Llegó al Capitolio envuelto en una ola de acusaciones, enfadando a sus rivales antes incluso de entrar al edificio.
En las 24 horas previas a su discurso, acusó al expresidente Obama por las asambleas ciudadanas y las filtraciones de seguridad; llamó “incompetente” a la líder de la minoría en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi; y dijo que sus generales, no el comandante en jefe, fueron los responsables de una operación militar en Yemen en la que murió un SEAL de la Marina.
Trump tenía que emplear su discurso para demostrar que puede controlar el gobierno y centrarse en el difícil trabajo necesario para aprobar su agenda legislativa. Y los republicanos esperaban con desesperación el cambio de dirección.
En su intervención, pidió a Washington que “trabaje más allá de las diferencias de partido”.
El candidato que llegó a la Casa Blanca adoptando una postura conservadora en inmigración, pareció mostrarse abierto a una ley migratoria bipartidista. El presidente cuyo gobierno pasó gran parte de sus primeras semanas batallando contra los medios de comunicación, la comunidad de inteligencia, jueces federales e incluso celebridades de Hollywood pidió para terminar con las “peleas triviales”. Y condenó los ataques antisemitas y otros delitos de odio, diciendo que el país estaba “unido en la condena del odio y el mal”.
Para los líderes republicanos de la Cámara, Trump estuvo muy cerca de respaldar su plan para reformar el código fiscal imponiendo nuevos gravámenes a las importaciones y eximiendo las exportaciones. Pareció apoyar el plan de los legisladores para el Obamacare, aceptando “créditos fiscales” y cuentas de ahorro sanitarias.
Sus palabras recibieron elogios de los líderes republicanos. El presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, calificó el discurso de “jonrón”. La homologa demócrata de Ryan, Pelosi, dijo que el discurso estuvo “totalmente desconectado de la cruel realidad de su conducta”.
Pero en otros asuntos, Trump ofreció apenas un esbozo de sus propuestas.
Repitió su compromiso de campaña de invertir un billón de dólares en infraestructura, sin añadir detalles a una propuesta que seguro tendrá la férrea oposición de los defensores de un firme control presupuestario. Sus grandilocuentes promesas para hacer asequible el cuidado de los niños, garantizar permisos familiares remunerados, invertir en la salud de las mujeres y un proyecto de ley centrado en la elección de escuelas fueron apenas mencionadas.
El dirigente prometió un importante incremento en el gasto militar, sin mencionar Irak o Afganistán, países donde todavía hay tropas estadounidenses desplegadas.
Y evitó pronunciarse sobre las relaciones entre Washington y Moscú, que generaron polémica incluso dentro de su propio partido, haciendo solo una vaga referencia a que Estados Unidos está “dispuesto a encontrar nuevos amigos”.
No comentó tampoco qué hará su gobierno para financiar los nuevos — y costosos — programas, un asunto que lo pone en conflicto directo con un partido republicano centrado desde hace tiempo en la reducción del déficit.
“Miraremos atrás hacia esta noche como el día en que comenzó este nuevo capítulo en la grandeza estadounidense”, dijo Trump para cerrar su intervención. “Pido a todos los ciudadanos que acepten esta renovación del espíritu estadounidense. Pido a todos los miembros del Congreso que se unan a mí para soñar cosas grandes y audaces para nuestro país”.