En las recientes elecciones presidenciales de los Estados Unidos, la candidata del Partido Demócrata, Hillary Clinton, obtuvo 1 millón 312 mil votos más que su rival del Partido Republicano, Donald Trump.
Eso se deriva del cómputo final del certamen electoral, en el que la candidata demócrata fue favorecida con el apoyo de 62 millones, 523 mil, 126 electores, frente a 61 millones, 201 mil, 031 votos en provecho de su contrincante republicano.
En términos porcentuales eso significa que Hillary Clinton alcanzó el 48 por ciento del apoyo del electorado, mientras que Donald Trump sólo obtuvo el 47 por ciento.
En cualquier lugar del mundo donde exista un verdadero sistema democrático de elección, en la que cada ciudadano equivale a un voto, Hillary Clinton, sin duda alguna, habría sido considerada como la candidata escogida por la mayoría de los votantes.
Pero no ocurre así en los Estados Unidos. En ese gran país de América del Norte, a quien se considera ganador es a Donald Trump, en razón de que aún prevalece un peculiar sistema de elección presidencial, en el que el candidato escogido no es aquel que recibe la mayor cantidad de votos de sus conciudadanos, sino el que logra la mayor cantidad de Colegios Electorales.
De manera paradójica, hace tan solo cuatro años, en el 2012, cuando Barack Obama fue reelecto, Donald Trump declaró que los Colegios Electorales constituían “un desastre para la democracia”.
Ahora, sin embargo, al ser beneficiario del mecanismo electoral, afirma que “es algo genial, ya que permite la participación de todos los Estados, incluyendo los más pequeños”.
COLEGIOS ELECTORALES
Los Colegios Electorales, como se sabe, están constituidos por los dos Senadores que tiene cada uno de los 50 Estados que conforman la nación, sean grandes o pequeños; y el número de miembros de la Cámara de Representantes, que se escogen a razón de uno por cada 711 mil habitantes.
De esa manera, un Estado grande como California, tiene 55 Colegios Electorales, equivalentes a la suma de sus dos Senadores y sus 53 miembros de la Cámara de Representantes; Texas, 39; y New York y Florida, 29, respectivamente.
La totalidad de los Colegios Electorales alcanza la cifra de 538. Para ganar la Presidencia de los Estados Unidos se requiere un mínimo de 270. En las recientes elecciones, Donald Trump obtuvo 290 frente a los 232 de Hillary Clinton.
La idea de la creación de un sistema de Colegios Electorales surgió de la Convención Constitucional de 1787 en la que se hizo un llamado para que el Congreso fuese quien escogiese al Presidente de los Estados Unidos.
Algunos delegados de la Convención se opusieron a que el representante del Poder Ejecutivo fuese escogido por el Congreso, y expresaron su preferencia por el voto popular en la elección presidencial.
Sin embargo, eso no pudo aprobarse. Los delegados de los Estados pequeños consideraron que a través de un mecanismo de voto popular, los Estados grandes, debido a su mayor población, controlarían las elecciones, lo cual, para ellos, no sería democrático.
Ante esa situación, tuvo que llegarse a un acuerdo entre los delegados de crear un sistema mixto. En virtud de ese acuerdo, el Presidente de los Estados Unidos sería escogido de manera indirecta, a través de los Colegios Electorales, como figura en la Constitución.
El mecanismo indirecto de selección del Presidente de los Estados Unidos, por medio de los Colegios Electorales, ocurre de manera tan peculiar que hasta la mayoría de los propios ciudadanos norteamericanos ignora la forma en que éste efectivamente se produce.
La casi totalidad de esas personas cree que al momento de ejercer su derecho al voto lo está haciendo, en realidad, en favor del candidato o candidata de su preferencia.
Sin embargo, no es así. Al ejercer el sufragio lo estarán haciendo, más bien, por un conjunto de electores, es decir, de personas escogidas en cada Estado por los partidos políticos contendientes, cuyos nombres ni siquiera figuran en la boleta electoral.
Los electores representantes del partido ganador se reunirán con posterioridad en sus respectivos Estados, para ser ellos, entonces, quienes voten definitivamente por el candidato que obtuvo mayor número de votos en las urnas.
En el caso del último torneo electoral, será el próximo 19 de diciembre, por ejemplo, cuando los grupos de electores se reunirán en cada uno de los 50 Estados para votar por Donald Trump o Hillary Clinton, conforme a los resultados ya establecidos en cada lugar.
Luego, en una sesión conjunta del Senado y la Cámara de Representantes, que tendrá lugar el 6 de enero, se contarán, entonces, los votos emitidos por los electores representantes de los candidatos en cada uno de los Estados. El 20 de enero se juramentará el nuevo Presidente de los Estados Unidos.
UN SISTEMA ANACRÓNICO
Para muchos, el sistema de Colegios Electorales constituye un mecanismo arcaico, anacrónico, anti-democrático de selección del Presidente de los Estados Unidos.
Durante los últimos 200 años, desde que se estableció en la Constitución norteamericana, ha habido más de 700 propuestas orientadas hacia su reforma o completa eliminación.
De acuerdo con la American Bar Association, ha habido más proyectos de reformas e iniciativas legislativas con respecto a los Colegios Electorales, que con relación a cualquier otro tema de carácter constitucional.
Con estas elecciones que enfrentaron a Donald Trump con Hillary Clinton, es la quinta vez en la historia electoral norteamericana en que un candidato con menor número de votos en las urnas se alza con la victoria.
Eso ocurrió, inicialmente, en el 1824, cuando John Quincy Adams, sin obtener mayoría de votos populares ni de Colegios Electorales, fue proclamado vencedor por la Cámara de Representantes, en perjuicio de la candidatura de Andrew Jackson, quien, sin embargo, ganó en los siguientes comicios de 1828.
Posteriormente, en 1876, el candidato del Partido Republicano, Rutherford Hayes, fue proclamado vencedor, a pesar de que obtuvo menor votación que Samuel Tilden, del Partido Demócrata, en unas elecciones todavía objeto de reflexión entre los historiadores.
El tercer caso tuvo lugar en 1888, cuando el presidente Grover Cleveland no pudo reelegirse, a pesar de haber obtenido mayor votación que el candidato republicano, el Senador por el Estado de Indiana, Benjamin Harris.
El cuarto fue reciente. Aconteció en el 2000, cuando Al Gore, del Partido Demócrata, alcanzó más de 500 mil votos por encima de su contrincante del Partido Republicano, George W. Bush, el cual, por haber obtenido mayor número de Colegios Electorales, fue proclamado como el ganador.
Esos cinco casos ocurridos a lo largo de la historia, los dos últimos durante los pasados 16 años, deberían ser razón suficiente para que el sistema de Colegios Electorales pudiese ser modificado o completamente abolido.
Más aún, cuando en distintas encuestas a través de los años, entre el 70 y el 85 por ciento de los encuestados, se ha manifestado, de manera consistente, en favor de su eliminación.
En el año 2000, luego de la derrota electoral de Al Gore, Hillary Clinton, entonces recién electa al Senado de los Estados Unidos, planteó la necesidad de una enmienda constitucional para deshacerse del sistema de Colegios Electorales. Eso así, porque, según su criterio, la única forma legítima de acceso al poder en un sistema democrático es sobre la base de la mayoría del voto popular. Sin embargo, no se hizo nada. Ahora, con motivo de los resultados de las recientes elecciones, han vuelto a surgir algunas voces que reclaman que es tiempo ya de que los Estados Unidos elijan a un Presidente en función de lo que decidan las mayorías, y no sobre el fundamento de un tecnicismo legal fuera de tiempo como son los Colegios Electorales.
Hay quienes agregan que el imperativo moral de su desaparición es aún mayor cuando se toma en cuenta que en el trasfondo de su incorporación a la Constitución, a finales del siglo XVIII, estuvo el hecho de la esclavitud, para los cuales se calculó, en términos poblacionales, que el valor de un negro esclavo era el equivalente a las tres quintas partes de un hombre libre.
Nada justifica la permanencia de los Colegios Electorales en los Estados Unidos. Con un fondo racial tan deleznable, en el siglo XXI, la nación más poderosa del planeta requiere de un sistema electoral que sea democrático, directo y popular.
De un sistema que sea garante de la inquebrantable voluntad del pueblo norteamericano.