La vida no es posible sin agua, recurso que hasta el momento ha demostrado ser insustituible para la supervivencia de todos los seres vivos, para la sostenibilidad ambiental y el progreso de la humanidad.
¿Habrá agua para todos? ¿Podrán vivir adecuadamente las próximas generaciones? Son solo algunas de las preguntas que ocupan a los científicos y académicos, a la hora de evaluar el destino cercano de este recurso natural. El uso de agua sin restricciones ha crecido dos veces más deprisa que el aumento de la población en el siglo XX, lo que significa que estamos gastando más agua en menos personas.
El preciado líquido se utiliza en todas las actividades humanas. El ser humano utiliza para sí mismo, es decir, para uso doméstico, tan sólo el 11% del consumo total de este limitado recurso. Hay otro 19% que se emplea en la industria y en la generación de energía. El grueso, alrededor de un 70%, es consumido por la agricultura (en el más amplio sentido del concepto: incluye ganadería, piscicultura y silvicultura), según afirma una reciente publicación de El País de España.
Esto significa que, al final de cuentas, el destino del agua depende de nuestra alimentación, tomando en cuenta que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) prevé que la producción de alimentos a partir del riego crezca en más del 50% para 2050. Para que este aumento de la producción agropecuaria sea sostenible, requerirá que seamos capaces de utilizar el agua de forma sostenible y no como lo hemos hecho hasta ahora.
El agua es un activo ecosocial básico, es decir, que “juega un rol central en el desarrollo y, en consecuencia, la falta de acceso a esta profundiza la desigualdad de oportunidades e impide superar las barreras de la pobreza”, tal y como lo plantea el Observatorio de Políticas Sociales y Desarrollo de la Vicepresidencia de la República Dominicana.
En consecuencia, hay que poner sobre la palestra la discusión en torno a una nueva economía del agua que, como afirma Federico Aguilera Klink, “se atreva a ver y a abordar las cuestiones que son relevantes en el contexto actual con los conceptos que sean adecuados para ese contexto”.
Necesitamos gestionar el agua, porque su escasez no está fundamentada únicamente en la sequía o en factores medioambientales, está también sustentada en el comportamiento económico y social de los usuarios, que se refleja en que despilfarramos grandes cantidades de agua.
Por igual, la calidad y el acceso al agua son indicadores del desarrollo de un país, por su efecto determinante en la salud, en las condiciones de la vivienda y la nutrición de los ciudadanos. Por ende, las limitaciones en el acceso al agua resultan en un impacto negativo tanto en la seguridad alimentaria como en los niveles de salud, condicionando así la pobreza y sirviendo de obstáculo al progreso.
Ante al desafío de la escasez de agua, tenemos que trabajar por el Objetivo de Desarrollo Sostenible -ODS 6-, que forma parte de la Agenda 2030 aprobada por la ONU en 2015. Si no mejoramos la gestión del agua será imposible alcanzar los objetivos trazados por la comunidad internacional.